Nada es permanente, todo cambia. Eso es lo terrible de la vida. A veces los cambios son tan potentes que retornamos al punto cero de lo que hemos construido. Qué patético es ese momento en que perdemos las cosas; una desilusión inmensa de ese algo que nos parecía concreto, determinado; y que es peor aún, cuando ese algo, a la vez, nos definía.Para mí los cambios son una verdadera mutilación. Tan humana y corriente, no concibo la idea de ser una lagartija, que a cola cortada no hay problema, que crece otra. Soluciones para que los cambios no sean tan dolorosos, difícil encontrarlas. Tal vez fácil decirlas, como:¡Supéralo ya!, pero es difícil en la práctica.
Aburrida ya de sufrir con los cambios, porque como me he dicho a mí misma, no tengo tiempo para andar sufriendo, estoy en una etapa de cultivo de espíritu de adaptación. Inevitablemente las cosas cambian, pero generalmente los cambios se producen de manera paulatina. Estar atento de esas pequeñas variables puede ser determinante para encontrar formas de manejarlas, acomodarnos o simplemente para que no nos pillen por sorpresa.
En la vida silvestre, donde los animales salvajes son libres, ellos tienen una desarrollada actitud frente a los peligros: siempre están predispuestos a los cambios. Simples, flexibles y atentos, esas cualidades los hacen libres. Ese espíritu de adaptación al medio, es el que busco.
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